12 de abril de 2009

Células madre

En estos días se habla de una nueva técnica que permite avances en la investigación con células embrionarias. De ser cierto, abriría muchas esperanzas al avance científico en la lucha contra las enfermedades. Las células madre embrionarias tienen algunas ventajas sobre las adultas. Las dos principales son la plasticidad (se pueden generar diferentes líneas celulares a partir de ellas) y la no madurez (que hace que no estén tan “maleadas” como las adultas y se las pueda dirigir mejor hacia donde uno quiere). Pero presentan dos graves problemas: Uno científico y otro moral. El primero es que las células madre embrionarias, una vez puestas a generar tejidos, resultan difíciles de parar, por lo que terminan desarrollando un cáncer. El problema moral es que para utilizarlas hay que destruir al embrión del que proceden. La biología celular ha demostrado que la vida humana comienza con el cigoto, en el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino. Por tanto, destruir un embrión es destruir una vida humana.
Un equipo de investigadores del Centro príncipe Felipe de Valencia ha logrado cultivar células embrionarias sin necesidad de destruir un embrión. Lo que se ha presentado como un fabuloso avance científico, que elimina los problemas éticos derivados de la manipulación de células embrionarias, en realidad no es tal.
La técnica lograda consiste en quitar a un embrión de 3 días una de sus células. Cada una de estas células mantiene su pluripotencialidad, es decir, que puede producir cualquier célula de cualquier tejido humano. Y a partir de esa célula tomada del embrión es de donde se realizan los correspondientes cultivos celulares. El embrión regenera esa célula que se le quita y continúa su desarrollo en la organogénesis.
A pesar de que la técnica permite usar células embrionarias sin destruir un embrión, plantea algunos interrogantes serios. En primer lugar, la forma en que se logra el embrión: Para poder realizar la separación de una de sus células en el tercer día de vida es necesario recurrir a técnicas de fecundación in vitro (FIV). Soy de los que piensan que el ser humano se desarrolla, no se crea. Un hijo debe ser concebido, no “producido”. La propia terminología (“producir un ser humano”) ya resulta repugnante a su dignidad. La manipulación que es necesaria en sus etapas iniciales para lograr la ansiada célula madre embrionaria es claramente contraria a la dignidad del ser humano. No tengo tiempo de explicarlo aquí en profundidad, pero si alguien está interesado, con gusto me explayaré. Además, una vez producido el embrión in vitro, asumiendo que no haya habido que producir más embriones para encontrar a aquel con la carga genética necesaria (lo cual es a mi juicio una aberración aún mayor, al aceptar la discriminación del ser humano por motivos genéticos), hay que implantar ese embrión con una célula menos en el útero de su madre para que anide. Si normalmente las tasas de éxito de la FIV son de un 20%, y de ellos una cuarta parte se malogra (un 20% puede terminar en aborto espontáneo y un 5% en embarazo extra uterino), dudo mucho que una madre recurra a técnicas de FIV para luego reducir las posibilidades de que la implantación del embrión al que se le ha quitado una célula tenga éxito. Me parece que es una técnica con posibilidades teóricas, pero que en la práctica no se va a usar. Y de hacerse, reducirá las probabilidades de vida del ser humano así manipulado hasta igualarlo, de hecho, a su destrucción.
En resumen: De no ser por las poderosas razones económicas que llevan a tratar de dar salida a los cientos de miles de embriones sobrantes de FIV, que se encuentran congelados a la espera de destino, ignoro qué otra razón puede llevar a preferir el uso de células madre embrionarias frente a las adultas. Y en particular, a las de la sangre de cordón umbilical, que no plantean ninguna objeción ética, a la par que resultan la mejor alternativa terapéutica frente a leucemias y linfomas. Y al potencial que abren en medicina regenerativa, ya que estas células madre presentes en la sangre de cordón abren prometedoras alternativas de regeneración de tejidos. Si se han conservado en el momento del parto, en un futuro podrán probablemente usarse en el propio individuo, obviando los problemas derivados de los rechazos de injerto contra huésped.
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