Conviene aclarar
que al mantener la alimentación de forma endoscópica no se está ejerciendo
ningún tipo de encarnizamiento terapéutico con ella, tal y como algunos han
señalado, pues la alimentación artificial, la hidratación y el aseo son cuidados
básicos, y no extraordinarios. No se está alargando su vida de forma
artificial, pues la niña es capaz de mantenerse viva de forma autónoma.
El dilema en este
caso es el de unos padres que, de manera comprensible, quieren acabar con el “sufrimiento”
de su hija que lleva los 12 años de su vida enferma. Por eso solicitan para
ella lo que consideran una “muerte digna”. Lo denominan así porque para ellos, la
situación actual de su hija es de “una vida indigna”, debido al grado extremo
de deterioro y dependencia en que se encuentra. Sin embargo, dadas las
condiciones de la niña, al pedir para ella una “muerte digna” están de hecho solicitando
que se le induzca una muerte prematura, mediante la privación de la alimentación.
Y esa es precisamente una muerte indigna: La que no respeta el momento de cada
uno. De ningún modo son unos malos padres, ni pretenden que muera con
sufrimiento, ya que se sobrentiende que de evitarlo (el sufrimiento) se
encargarían los responsable de cuidados paliativos. De hecho la niña está
sedada actualmente. Pero quieren que acabe de una vez una vida que para ellos
ya no tiene sentido. Porque para los padres, ver así a su hija les está
causando un profundo dolor. Con todos los eximentes que se quieran, en este
caso solicitan provocarle la muerte prematura a su hija: Que muera antes de
cuando le corresponde. Y que lo haga por falta de alimentación (un cuidado
básico para cualquier individuo), aunque, lógicamente, sin dolor.
Si miramos el caso con
objetividad, la niña no está sufriendo, porque está sedada. Los que sufren realmente
son los padres que la ven así, sabiendo que su final está próximo, y que no
pueden hacer nada por remediarlo. Por duro que suene decirlo, con la muerte de
la niña el sufrimiento que se aliviaría sería el de los padres.
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