Un amable lector me dice que tengo un terrible cacao mental, y me echa en cara que utilice de forma inexacta el término
“eutanasia” para referirme a otras realidades diferentes a las que tal término define
en sentido estricto. Según mi amable comunicante, que copia a Pablo Simón, la palabra “eutanasia” debe
reservarse para aquellas situaciones en las que se dan todas y cada una de las
siguientes circunstancias:
a) Se produce la muerte de los pacientes de forma directa mediante una
relación causa-efecto única e inmediata.
b) Se realiza a petición expresa, reiterada en el tiempo, e informada de
los pacientes en situación de capacidad.
c) Se produce en un contexto de sufrimiento, entendido como “dolor total”,
debido a una enfermedad incurable, que el paciente experimenta como inaceptable
y que no ha podido ser mitigado por otros medios, por ejemplo mediante cuidados
paliativos.
d) Es realizada por profesionales sanitarios que conocen a los pacientes
y mantienen con ellos una relación clínica significativa.
Según él (siguiendo a Pablo Simón), los demás
casos no deben llamarse eutanasia
sino suicidio asistido o suicidio
médicamente asistido, que queda más fino. Porque la eutanasia busca el alivio del sufrimiento mediante la producción de la muerte. Por eso disiento radicalmente.
La eutanasia es procurar la muerte de una persona de forma directa,
adelantándola a su momento natural. Y por tanto, en el mejor de los casos, hablamos
de suicidio asistido. Y eso, suponiendo que haya sido a petición expresa e
inequívoca del paciente. Porque si no, sería simplemente homicidio (y en
algunos casos, hasta asesinato).
He trascrito literalmente las condiciones para hablar de eutanasia que
propone mi anónimo comunicante, el cual las copia del Dr. Pablo Simón, de la escuela andaluza de salud pública, con quien discrepo en muchos temas bioéticos, incluido este. Sin
poner en duda la buena intención de este anónimo lector, aclaro que etimológicamente la palabra eutanasia viene del griego eu-thanatos,
y significa buena muerte. En este
sentido, cuando una persona con
una enfermedad terminal o irreversible, con unos sufrimientos insufribles,
libremente, reiteradamente, en un contexto sanitario, solicita ayuda a los
profesionales sanitarios para que le ayuden, no para que le procuren la muerte,
sino para que le ayuden a morir, si tal hacen los profesionales sanitarios
están, procurándole una buena muerte, una forma de morir dignamente, como
corresponde al ser humano. Lo cual es perfectamente respetuoso con la dignidad
humana, porque no adelanta la muerte ni busca provocarla, sino que permite al
paciente pasar por ese trance dignamente, sin dolor y acompañado física,
emocional y espiritualmente. Si alguno gusta de llamarle a esto eutanasia, allá
él. Yo lo llamaría mejor cuidados
paliativos, que es lo que son realmente.
Me parece que cuando se habla de eutanasia, la inmensa mayoría entiende
que de lo que hablamos es de adelantarle la muerte a alguien, bien sea porque
lo pide directamente o porque a alguien le parece que ya le toca la hora de
morir. Lo cual es éticamente reprobable. Sólo unos pocos, amigos de jugar con
el lenguaje hasta retorcerlo para dificultar la comunicación, defienden que en
realidad debemos reservar la palabra eutanasia
para referirnos a las situaciones de cuidados
paliativos. Los cuales merecen la unánime aprobación ética. Son ganas de
enredar.
A mi anónimo comunicante, al Dr. Pablo Simón (si es que lee este blog) y a los demás lectores les resumo mi posición
sobre el tema, a ver si queda clara: Cuando un tercero provoca la muerte a un
enfermo, aunque se encuentre este en fase terminal, tenga dolores insufribles y
se lo pida de forma consciente y lúcida, está cometiendo un homicidio. Eso no
es ayudar a morir dignamente, sino matar a una persona que sufre. Tal
comportamiento es aceptable con los animales (aunque algunos defensores de los
mismos opinan que ni siquiera con ellos es aceptable la eutanasia), pero nunca
con las personas. Porque los niveles de dignidad de ambos son radicalmente diferentes. Y no consigue una muerte digna, sino todo lo contrario. Morir
dignamente es hacerlo cuando a uno le toca: Ni antes (eutanasia), ni después
(encarnizamiento terapéutico). Y con todos los analgésicos que sean precisos
para mitigar el dolor. Llegando al punto, si es preciso, de eliminar la
conciencia ante síntomas refractarios, aunque ello suponga adelantar una muerte
que no se pretende, sino que se acepta como consecuencia indirecta de la
evitación del dolor y el control de los síntomas. A partir de aquí, podemos
clasificar las diferentes situaciones en eutanasia activa o pasiva, directa o
indirecta… Pero dejando claro que provocar la muerte de otro nunca puede ser definido
como que se le está proporcionando una muerte digna. Pocas cosas hay más
indignas que atentar contra la vida humana. Aunque la persona esté en sus
últimos momentos.
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