12 de enero de 2012

¿De qué hablamos cuando hablamos de "eutanasia"?


Un amable lector me dice que tengo un terrible cacao mental, y me echa en cara que utilice de forma inexacta el término “eutanasia” para referirme a otras realidades diferentes a las que tal término define en sentido estricto. Según mi amable comunicante, que copia a Pablo Simón, la palabra “eutanasia” debe reservarse para aquellas situaciones en las que se dan todas y cada una de las siguientes circunstancias:
a) Se produce la muerte de los pacientes de forma directa mediante una relación causa-efecto única e inmediata.
b) Se realiza a petición expresa, reiterada en el tiempo, e informada de los pacientes en situación de capacidad.
c) Se produce en un contexto de sufrimiento, entendido como “dolor total”, debido a una enfermedad incurable, que el paciente experimenta como inaceptable y que no ha podido ser mitigado por otros medios, por ejemplo mediante cuidados paliativos.
d) Es realizada por profesionales sanitarios que conocen a los pacientes y mantienen con ellos una relación clínica significativa.
Según él (siguiendo a Pablo Simón), los demás casos no deben llamarse eutanasia sino suicidio asistido o suicidio médicamente asistido, que queda más fino. Porque la eutanasia busca el alivio del sufrimiento mediante la producción de la muerte. Por eso disiento radicalmente. La eutanasia es procurar la muerte de una persona de forma directa, adelantándola a su momento natural. Y por tanto, en el mejor de los casos, hablamos de suicidio asistido. Y eso, suponiendo que haya sido a petición expresa e inequívoca del paciente. Porque si no, sería simplemente homicidio (y en algunos casos, hasta asesinato).
He trascrito literalmente las condiciones para hablar de eutanasia que propone mi anónimo comunicante, el cual las copia del Dr. Pablo Simón, de la escuela andaluza de salud pública, con quien discrepo en muchos temas bioéticos, incluido este. Sin poner en duda la buena intención de este anónimo lector, aclaro que etimológicamente la palabra eutanasia viene del griego eu-thanatos, y significa buena muerte. En este sentido, cuando una persona con una enfermedad terminal o irreversible, con unos sufrimientos insufribles, libremente, reiteradamente, en un contexto sanitario, solicita ayuda a los profesionales sanitarios para que le ayuden, no para que le procuren la muerte, sino para que le ayuden a morir, si tal hacen los profesionales sanitarios están, procurándole una buena muerte, una forma de morir dignamente, como corresponde al ser humano. Lo cual es perfectamente respetuoso con la dignidad humana, porque no adelanta la muerte ni busca provocarla, sino que permite al paciente pasar por ese trance dignamente, sin dolor y acompañado física, emocional y espiritualmente. Si alguno gusta de llamarle a esto eutanasia, allá él. Yo lo llamaría mejor cuidados paliativos, que es lo que son realmente.
Me parece que cuando se habla de eutanasia, la inmensa mayoría entiende que de lo que hablamos es de adelantarle la muerte a alguien, bien sea porque lo pide directamente o porque a alguien le parece que ya le toca la hora de morir. Lo cual es éticamente reprobable. Sólo unos pocos, amigos de jugar con el lenguaje hasta retorcerlo para dificultar la comunicación, defienden que en realidad debemos reservar la palabra eutanasia para referirnos a las situaciones de cuidados paliativos. Los cuales merecen la unánime aprobación ética. Son ganas de enredar.
A mi anónimo comunicante, al Dr. Pablo Simón (si es que lee este blog) y a los demás lectores les resumo mi posición sobre el tema, a ver si queda clara: Cuando un tercero provoca la muerte a un enfermo, aunque se encuentre este en fase terminal, tenga dolores insufribles y se lo pida de forma consciente y lúcida, está cometiendo un homicidio. Eso no es ayudar a morir dignamente, sino matar a una persona que sufre. Tal comportamiento es aceptable con los animales (aunque algunos defensores de los mismos opinan que ni siquiera con ellos es aceptable la eutanasia), pero nunca con las personas. Porque los niveles de dignidad de ambos son radicalmente diferentes. Y no consigue una muerte digna, sino todo lo contrario. Morir dignamente es hacerlo cuando a uno le toca: Ni antes (eutanasia), ni después (encarnizamiento terapéutico). Y con todos los analgésicos que sean precisos para mitigar el dolor. Llegando al punto, si es preciso, de eliminar la conciencia ante síntomas refractarios, aunque ello suponga adelantar una muerte que no se pretende, sino que se acepta como consecuencia indirecta de la evitación del dolor y el control de los síntomas. A partir de aquí, podemos clasificar las diferentes situaciones en eutanasia activa o pasiva, directa o indirecta… Pero dejando claro que provocar la muerte de otro nunca puede ser definido como que se le está proporcionando una muerte digna. Pocas cosas hay más indignas que atentar contra la vida humana. Aunque la persona esté en sus últimos momentos.
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