6 de abril de 2010

Bioética personalista

Hoy les traigo un poco de teoría para fundamentar la Bioética Personalista, en la que creo. Perdón por el rollo.

Según Kant, lo que determina la moralidad de un acto es su motivación por el DEBER, con independencia de la materialidad de la acción. Ello implica aceptar la existencia de un Bien absoluto y previo, al que el hombre debe acercarse por medio del cumplimiento del deber. Es lo que él define como el imperativo categórico, que se impone por sí mismo. Es lo razonable (conforme a la razón). Pero como no siempre actuamos según la razón, hemos de utilizar nuestra voluntad para acercarnos a lo moral. Según Kant, por tanto, el recto obrar consiste en adaptar la voluntad a la razón. Las formulaciones del imperativo categórico kantianas me parecen lógicas. Se resumen en la máxima de obrar como si lo que hicieras pudiera ser considerado una máxima universal, que es por cierto muy similar a la de los principios de Ulpiano (“vivir con honestidad, dar a cada uno lo que le pertenece y no dañar a nadie”), origen de aquellos sobre los que se sustenta la Bioética Principalista. Así pues, para Kant si un acto es conforme al deber ser, entonces es moralmente lícito. Se basa, como vemos en principios previos e inmutables, a los que el hombre debe acercarse. Me parece una postura razonable y difícil de rebatir. Aunque requiere una justificación del origen de dichos principios. No parece razonable pensar que los principios morales sean fruto de la evolución y resultado de la síntesis de proteínas, por lo que su aceptación implica el reconocimiento de un Dios creador, que sería el que da origen y sentido a la norma moral.

La teoría utilitarista, por el contrario, considera que para considerar si una acción es moral o no, en vez de fijarse en sus fundamentos hay que fijarse en sus consecuencias. Así, aquella acción que logre el mayor bien (o “la mayor cantidad de bien”) será mejor que otra que logre menores efectos positivos. En mi opinión el utilitarismo tiene un grave inconveniente, y es el de justificar los medios por los fines. Un fin positivo legitimaría, según esta concepción, cualquier método utilizado para conseguirlo. Es muy difícil emitir un juicio moral sobre cualquier hecho desde una perspectiva utilitarista, porque siempre hay que considerar primero las consecuencias de ese hecho. Por eso no estoy de acuerdo con la idea de que existen principios “Prima Facie”, que a su vez pueden no ser principales, según el caso, porque su aceptación relativiza el bien moral. Me parece que no es razonable pensar que no existan principios universales, normas intrínsecas a la práctica médica que puedan regir las decisiones. Aceptar los principios de beneficencia, no-maleficencia, autonomía y justicia, y considerar que hay que esperar a ver cómo se aplican para emitir un juicio ético, creo que lo deja todo sin un sustento moral sólido. Porque un mismo resultado de una acción puede ser considerado bueno o malo según quién lo juzgue. Lo cual termina impidiendo en la práctica cualquier valoración ética, al relativizar los valores morales. De hecho, me parece que estos principios no pueden ser considerados “universales”, precisamente porque dependen de su aplicación práctica en cada caso.

Considero que los principios bioéticos, si no se acepta la existencia de una fundamentación ontológica y antropológica de los mismos, hace que estos se vuelvan estériles y confusos. Es preciso sistematizarlos y jerarquizarlos para armonizarlos y dotarlos de significado. Creo que esto solo es posible si se los refiere a un criterio último, que es la persona humana, Así desparece el supuesto conflicto entre los principios, al referirlos a la persona en su totalidad. Esta es, precisamente, la base de la Bioética Personalista.
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