Los seres humanos nos diferenciamos del resto de la
naturaleza en que cada uno tiene una dignidad intrínseca, por sí mismo, por el
hecho de existir. Tener dignidad significa ser digno de respeto, porque se posee
valor. Cada ser humano, individualmente considerado, y con independencia de sus
características fenotípicas, genéticas, culturales o de edad, es digno en sí
mismo. Todos y cada uno de los seres humanos poseen la misma dignidad, como
señala acertadamente el primer artículo de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de la ONU (1948): “Todos
los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…” La
dignidad es algo que se tiene por el hecho de pertenecer a la especie humana. De
esta dignidad humana se desprende la obligación de respetar el primer derecho
del que gozan todas las personas, y que resulta la base de todos los demás
derechos: El derecho a la propia vida.
En el caso de la estéril discusión sobre el aborto
se parte de una base equivocada. Y como el punto de partida está desviado
resulta difícil enderezarlo para que se encamine a algo con un mínimo de
lógica. El quicio de la discusión es dilucidar si el embrión o el feto son o no
son una persona humana. Si se aceptara sin lugar a dudas la evidencia, es
decir, que el embrión es una persona humana, la discusión terminaría de raíz:
¿Quién puede defender seriamente que haya personas que deban morir en beneficio
de otras? Un principio bioético incontestado (al menos en principio) es el que
afirma que un individuo cualquiera está siempre por encima de la colectividad.
Por eso no es aceptable éticamente utilizar a una persona para investigar con
ella en contra de su voluntad, aún cuando esa fuera la única manera de
encontrar la solución a enfermedades graves como el SIDA, por ejemplo. Porque es
la persona, cualquier persona, la que está por encima de la sociedad, y no al
revés. Esta garantía de la defensa del individuo se basa en la dignidad
mencionada del ser humano, que es reconocida por la ONU. Se comprende, por
tanto, que no es válido, por ejemplo, un argumento de ahorros en sanidad para
justificar la eliminación de los individuos incapacitados o disminuídos.
Evidentemente, este colectivo “provoca” un coste sanitario importante al
sistema. Pero son seres humanos. Dignos, cada uno de ellos, per se. Y por
tanto, la sociedad tiene el deber de ayudarles y respetarles. Nunca de
eliminarles. Aunque su eliminación traería consigo ahorros innegables y
redundaría en un evidente beneficio económico para la sociedad. Nuestra
sociedad todavía conserva los resortes morales para calificar de inhumano a
quien defendiera la eliminación de los incapacitados como una medida de ahorro sanitario
eficaz.
Sin embargo, esto que es tan evidente, comienza a
desdibujarse cuando echamos hacia atrás la vista y consideramos las etapas de
la vida humana previas al nacimiento. Resulta pueril el argumento de que la ley
otorga reconocimiento legal al nasciturus tan solo pasadas 48 horas desde el
nacimiento. Y que por tanto, antes de ese momento no se tiene la condición de
persona. Porque el reconocimiento legal es algo que la sociedad puede otorgar o
quitar. Pero la dignidad humana no. Esta, como queda dicho, resulta intrínseca
al ser humano. Tan ridículo es decir que un nasciturus aún no tiene la plena
condición de persona como lo sería que un tribunal condenara a un asesino a
perder la condición de ser humano, como castigo por lo salvaje de sus crímenes.
¿Se imaginan ustedes?: “Este tribunal condena
al asesino confeso D. Fulanito de Tal a perder la condición de ser humano. En
adelante, ya no podrá ser considerado persona y pasará a pertenecer a una
subespecie animal”. ¿Ridículo, verdad? Pues esto mismo es lo que se hace al
definir al nasciturus como un ser con una dignidad inferior a la de su madre.
Porque la única forma de justificar el ataque al embrión o feto (o su
eliminación, en el caso del aborto) es realizando una pirueta mental para no
considerarlo ser humano. Esta es la razón de ser del pueril juego semántico que
denomina al embrión de menos de 14 días “preembrión” (término, por cierto,
inexistente en la literatura científica, pero profusamente utilizado en la
legislación española que todavía hoy permite su destrucción).
Por eso, cuando el gobierno manifestó que iba a
modificar la ley del aborto, muchos se alegraron pensando que por fin se iba a
respetar la vida humana en nuestra legislación y se dejaría de permitir el
aborto de seres inocentes. Sin embargo, las primeras noticias, según se iban
desvelando detalles de la reforma que proponía el Ministro de Justicia, fueron
preocupantes. Porque de lo que se trataba no era de prohibir el asesinato de
seres humanos en etapa prenatal, sino de permitirlo bajo ciertas condiciones
tasadas. Hoy conocemos que el ministro Gallardón pretende volver a la ley del
aborto anterior a la actual, que despenalizaba el aborto en tres supuestos:
Violación, malformación del feto o peligro para la salud física o psíquica de
la madre. Y que al mismo tiempo la nueva ley será garantista con el derecho del
nasciturus a recibir protección, reconocido por nuestro Tribunal
Constitucional. La razón de esta aparente confusión es que se acepta que el derecho
a la protección de la vida del nasciturus entra en ocasiones en conflicto con
otros derechos, y que la ley debe regulare este conflicto de derechos. Si el “proyecto
de vida” (como lo denomina el Ministro de Justicia) entra en conflicto con
otros derechos fundamentales de la mujer, como pueden ser su propia salud o el
hecho de que haya sido objeto de una violación, el legislador tiene que
resolver ese conflicto. Y esta es precisamente la clave de la discusión. La
falsa concepción de que hay conflicto de derechos. Porque nunca se aceptaría
este argumento si el niño ya hubiera nacido. Imagínense que el legislador
permitiera el asesinato de los niños síndrome de Down, siempre que sus padres
alegaran que la existencia de ese hijo afectaba a su derecho a la salud
psíquica, puesto que les provocaba unas dificultades insalvables en su vida
diaria. Aunque se pusiera el límite en los cinco años de vida del niño Down, me
parece que pocos justificarían la humanidad de una ley que permitiera tal
salvajada, con base en un argumento tan burdo (lo políticamente correcto es
defender al deficiente mental). Sin embargo, si el niño todavía no ha nacido,
si tiene menos de ciertas semanas de vida (prenatal)… entonces ya parece que no
repugna acabar con él. Entonces se le puede hasta llamar “monstruo”. Porque han
conseguido convencerse de que no ha adquirido todavía la categoría de ser
humano. Y como este argumento es difícil de conceptualizar, se pierden en
discusiones estúpidas acerca de la diferencia entre ser humano, hombre y
persona humana… como si la filosofía (o la ideología) fuese a cambiar la
esencia de la realidad, que no puede ocultar la realidad: La justificación de
la destrucción de una persona. En base a esta falacia mental se asigna a las
personas un grado mayor o menor de dignidad en función de criterios tan nimios
como la edad. Todo para poder justificar que alguien (un feto) tiene menos
dignidad que otra persona (su madre) y poder así justificar la resolución del supuesto
conflicto de derechos en beneficio de aquella de las dos partes con mayor
dignidad.
1 comentario:
Hola! Escribo desde Argentina, donde por estos días estamos teniendo un amargo debate, por no llamarlo dialogo entre sordos, sobre el aborto... Sólo quería agradecerle la claridad con la que escribe y su compromiso con la humanidad encarnada en cada vida que se destruye. Confiezo que me siento impotente y sobrepasada por la época que nos toca vivir...Ruego porque de alguna manera podamos hacer oir la voz de la razón frente a tanta locura disfrazada de progreso, pero por momentos desespero, son tantos los prejuicios en contra de los católicos, que cualquier cosa que uno diga es tergiversado o tildado de machismo, fanatismo, o peor... Por eso es importante que gente como usted siga escribiendo, con objetividad y exponiendo la verdad lisa y llana... ya quisiera que más gente lo leyera... necesitamos más voceros que no se amilanen ante los argumentos inescrupulosos de los ignorantes y los no tanto...
Rosario
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