Les traigo una carta publicada en los medios, que es muy clara respecto a un problema paralelo motivado por la ausencia de sentido de la dignidad de la persona: Cuando uno se considera con el poder para decidir quién tiene derecho a vivir y quién no, se entra en una peligrosa pendiente resbaladiza en la que la vida humana tiene valor relativo.
A la Autonomía del paciente se contrapone el principio de Beneficencia del médico. Y si ambos entran en conflicto, hay que buscar soluciones aplicando el principio de Justicia distributiva. En este caso, la autonomía del paciente supone que este tiene derecho a decidir qué tratamiento médico se le aplica. Para lo cual precisa de información que pueda comprender (no se puede exigir que todos los pacientes conozcan lo mismo que los médicos) y que tenga capacidad para obrar en libertad. Si la decisión del paciente contradice lo que el médico considera que debe hacerse, éste último puede objetar, y haciéndole firmar al paciente que renuncia al tratamiento propuesto, pedirle que se busque otro médico que esté dispuesto a actuar conforme a la voluntad que manifestó. Pero hay una línea muy fina entre esta renuncia del médico a actuar contra su criterio y la tentación de imponerse sobre el enfermo, que no conoce plenamente lo que es mejor para él. Cuando ocurre esto, y se recurre a criterios de justicia distributiva, es menester sustentar las actuaciones en valores sólidos previos. Si el médico juzga que hay vidas que tienen menos valor que otras (menor derecho a ser vividas) entramos en un escenario que quiebra la relación de confianza con el médico. Ya nadie puede estar seguro de que el médico vaya a hacer lo mejor para sanarle. Porque quizás su médico se esté moviendo por otros criterios (economicistas en este caso) que desprecian la dignidad personal del enfermo. Para muestra, la carta al director que hoy les traigo.
Esta es la sociedad que estamos construyendo.
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Mi madre tiene dermatomiositis, una enfermedad degenerativa autoinmune de las denominadas “raras” que le destruye los músculos y algunas vísceras.
Cuando se la diagnosticaron, apenas le quedaban pulmones sin fibrosis y la piel y los músculos estaban muy afectados. Gracias a un tratamiento cada dos meses y a un médico con humanidad, pudieron frenarse los estragos de la enfermedad y mi madre pasó un año casi sin síntomas y con una calidad de vida muy aceptable.
A raíz del traslado del médico que la atendía, se quedó 11 meses sin tratamiento y la enfermedad comenzó a devastar de nuevo su organismo. Achacamos la falta de asistencia al cambio de facultativo, y tras muchas quejas conseguimos, a mediados de diciembre de 2009, que le suministraran de nuevo el tratamiento. Esa dosis comenzó a mejorar su estado, aunque algunos de los síntomas degenerativos surgidos durante los 11 meses sin tratamiento ya no tenían solución.
Han pasado ya más de 3 meses y no ha recibido una nueva dosis. Ayer la tuvieron que ingresar por urgencias con las manos completamente negras por la falta de oxígeno, grandes dolores, las extremidades llagadas y con micosis, y dificultades para andar.
Mi madre no comprendía por qué no le habían administrado el tratamiento antes y habían dejado que llegase a ese extremo. Un “amable médico” se lo explicó de malas formas: “Señora, ¿usted no sabe que su tratamiento cuesta 1.300 euros?”
Mi madre ahora sabe que la están dejando morir, que su vida no vale 1.300 euros, que el olvido y la desidia de los facultativos de reumatología obedece a unos recortes presupuestarios que le van a costar la vida.
Mi madre, 70 años, vital, alegre, con una buena calidad de vida si le administran el tratamiento con regularidad, no vale 1.300 euros, lo que se gasta un político sin escrúpulos en un par de botellas de vino. Hay que ahorrar con estos enfermos molestos y caros mientras nuestros representantes políticos dilapidan el dinero público en gastos suntuarios y compra de votos. El valor de la vida humana en términos de calidad-precio.
Empiezo a darme cuenta el porqué de tanto interés por aprobar rápidamente leyes de Eutanasia. “Es la economía, estúpido”.Alicia Verónica Rubio Calle
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