En estos días nuestro gobierno anda preocupado por el futuro de las pensiones. Si continuamos así, el mundo feliz que disfrutamos se acabará. Y los que hoy estamos en la mitad de nuestra vida profesional nos encontraremos con la sorpresa de haber soportado la pensión de nuestros padres, pero sin que tengamos detrás un remplazo que soporte la nuestra. Por eso se estudian medidas que resultan harto impopulares, como el alargamiento de la edad de jubilación hasta los 67 años, para impedir la quiebra de nuestro sistema de pensiones. Sólo la presencia de los inmigrantes en los últimos años ha podido frenar algo el desastre, al haber aportado ellos más cotizantes a la Seguridad Social y una mayor tasa de natalidad, que nos ha hecho alcanzar los 46 millones de habitantes (creo).
Tengo para mí que hay un aspecto que nadie se atreve a tocar, porque resulta poco elegante, pero que es crítico: La única solución para evitar nuestra desaparición como nación, como sistema económico (y como cultura) es que los españoles tengamos más hijos. Que pasemos de tener 1,41 hijos por mujer del año 2009 a superar los 2,1, que es la tasa considerada como de reemplazo, donde los nacimientos superan a las defunciones. Vamos, que la gente perdiera el miedo a ser familia numerosa (que se es ya con sólo 3 hijos). De lo contrario, la pirámide poblacional se convertirá pronto en un hongo, donde pocos jóvenes tengan que soportar a muchos viejos, provocando el colapso total del sistema, como el hongo provocado por una bomba atómica, cuyo gráfico será el resultante de tal situación. Pueden ver más datos en este informe del IPF.
Lo que ocurre es que no me imagino una campaña del gobierno animando a las parejas a tener más hijos. Sería inmediatamente tachada de intervencionista, paternalista o retrógrada. ¿Cómo podemos aceptar que el gobierno se meta a decirnos cuántos hijos debemos tener? No obstante, la contraria no suena mal. ´Sí que se puede hacer una campaña para usar el preservativo, o educar a nuestros jóvenes en el eufemismo de "salud sexual y reproductiva", que esconde el freno a la natalidad por todos los medios, incluido, si es necesario, el aborto. Se ha instaurado en nuestra sociedad la noción de que se vive mejor sin hijos, o con pocos hijos. Las parejas no se casan, sino que conviven juntos. En tal situación de inestabilidad familiar, donde el vínculo se da por supuesto, pero no existe, pocos se atreven a complicar la situación trayendo un hijo a la escena. Y para cuando algunas parejas dan el paso a formalizar la relación, poco tiempo después se rompen, por lo que no dio tiempo a tener hijos, o sólo tuvieron uno. En el caso de que no fuera así, la propia situación social no motiva a tener una familia numerosa. El trabajo no es seguro, la vida está muy cara, hay que tener casa y coche propio, ir de vacaciones, salir con los amigos a cenar... ¿Cómo se puede hacer todo eso y además tener hijos? "Sólo los ricos se lo pueden permitir", piensa la gente. Cuando la realidad es que las familias numerosas no son normalmente las que mayor renta tienen. Pero eso es otro tema. Los hijos se retrasan lo más posible, porque la pareja quiere "disfrutar" al máximo de la vida antes de cargarse con responsabilidades familiares, en un concepto equivocado de lo que significa la felicidad matrimonial. Así, la edad media de maternidad en España está hoy en los 30,95 años. Ya me dirán cuántos hijos puede tener una pareja que espera hasta los 31 años para comenzar a procrear... A muchos, de hecho, el deseo de paternidad les llega demasiado tarde, y se ven obligados a recurrir a costosas técnicas de fecundación in vitro para conseguir el hijo que la naturaleza se niega ya a otorgarles.
Soy consciente de que el tema es poco "políticamente correcto". Pero estoy absolutamente convencido de que tal filosofía es la que nos ha arrastrado a la situación de caos (también económico) que vivimos actualmente. Los padres que quisieron tener pocos hijos para poder ofrecerles TODO (los hijos, ya se sabe, son muy caros), llenaron de cosas a sus pocos retoños. Y ahora, estos pocos niños que vivieron una infancia supuestamente mejor, van a tener que soportar un futuro francamente gris. Porque si las pensiones peligran para los que estamos en los 40, para las generaciones que hoy se incorporan a la vida laboral y que son el tallo de este champiñón demográfico, el futuro es nigérrimo. Sólo un cambio de mentalidad, de una sociedad que valore la vida como un don y no un derecho puede ayudar a invertir la tendencia. Pero para ello, las nuevas generaciones tendrán que renunciar al confort al que les hemos acostumbrado y volver a los viejos valores del sacrificio, trabajo y austeridad. Que a la larga verán les hace más felices que esta sociedad blandi-blue que les hemos preparado.
El problema es, ¿quién se atreve a decir todas estas cosas? A ver quién es el guapo, con la que está cayendo...
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