28 de enero de 2010

¿Por qué no es bueno el matrimonio homosexual?


Con las limitaciones que impone un post como este, hoy les voy a dar algunas razones por las que considero que no se debería aceptar el matrimonio homosexual.

Mucha gente  se plantea la cuestión de cuál es el inconveniente de legalizar una unión de hecho, que en cualquier caso se va a producir, y que de lo contrario quedaría en desamparo legal. O dicho de otra manera, ¿por qué puede ser considerada contraria al bien común una ley que no impone ningún comportamiento en particular sino que se limita a hacer legal una realidad de hecho que no implica, aparentemente, una injusticia contra nadie? Para enfocar la cuestión es preciso distinguir en primer lugar entre comportamiento homosexual como fenómeno privado y el mismo como comportamiento público, legalmente previsto, aprobado y convertido en una de las instituciones del ordenamiento jurídico. Esta segunda opción es la que creo que resulta peligrosa para el bien social. Ello es así porque la legalización de las uniones homosexuales provoca que la percepción de algunos valores morales fundamentales se difumine y que se  desvalorice la propia institución matrimonial.

Desde un punto de vista biológico y antropológico, en las uniones homosexuales los elementos que podrían fundar razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones están completamente ausentes. Las relaciones sexuales son realmente humanas cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda mutua de los sexos en el matrimonio y quedan abiertas a la transmisión de la vida. Obviamente, esto no se da en las uniones homosexuales. Además, como nos ha demostrado la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones, a los que les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad.

Desde el punto de vista del orden social, la consecuencia inevitable del reconocimiento legal de las uniones homosexuales es la redefinición del matrimonio, que se convierte en una institución que pierde la referencia esencial a los factores ligados a la heterosexualidad, como son la tarea procreativa y educativa. En mi opinión, para sostener la legalización de las uniones homosexuales no se puede invocar el principio del respeto y la no discriminación de las personas. Tampoco el principio de la justa autonomía personal . Una cosa es que cada uno sea libre de hacer lo que quiera y otra que la sociedad conceda a cualquier iniciativa un reconocimiento legal.  Sobre todo porque si aumenta la incidencia efectiva de las uniones homosexuales se entorpece el recto desarrollo de la sociedad humana.

Por último, desde un punto de vista jurídico, las uniones homosexuales no tienen derecho al mismo reconocimiento que las de las parejas matrimoniales. Porque estas últimas cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación y son por lo tanto de eminente interés público, al contrario de lo que sucede con las homosexuales. No es cierto que la legalización de las uniones homosexuales sea necesaria para evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual, pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos. En realidad, como cualquier ciudadano, pueden siempre recurrir al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco.

Hasta aquí aplica para cualquiera. Pero la Iglesia también tiene algo que decir en temas morales para iluminar la conciencia de todos los hombres, en particular los católicos. Como ahora está de moda que los políticos se escandalicen cuando la Iglesia les recuerda sus obligaciones como creyentes, les copio un párrafo de un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe publicado en 2003 por el entonces cardenal Ratzinger titulado "Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales" que a alguno (solo a los políticos que se consideran católicos, supongo) le puede escocer: "Si todos los fieles están obligados a oponerse al reconocimiento legal de las uniones homosexuales, los políticos católicos lo están en modo especial, según la responsabilidad que les es propia". Les dejo a su curiosidad leer el capítulo IV donde desarrolla este punto en detalle.
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