19 de diciembre de 2009

En el Seminario de AEDOS

Acabo de regresar del XIII seminario del Capítulo de Bioética de la Asociación AEDOS, presidida por Fernando Fernández Rodríguez, donde he tenido una modesta intervención sobre la situación en España de los bancos privados de sangre de cordón umbilical. En realidad yo he sido el gusano de la reunión, al lado de personalidades de la talla de Mons. Mario Iceta, Aquilino Polaino, Natalia López Moratalla, Juan José Pérez Soba, Nicolás Jouve...
El seminario bajo el título de "La Biotecnología, un enfoque interdisciplinar", se ha estructurado en torno a tres grandes bloques de mesas redondas:
- Dimensión antropológica, moral y ética
- Dimensión científica y técnica
- Dimensión económica y comercial.
Yo participaba, modestamente, en esta última, junto con Jesús Hernández (doctor en medicina, ex-directivo de Lilly y actualmente consultor farmacéutico), Javier Urcelay (director general de Shire Pharmaceuticals) y José Luis Colás (director general de RRHH Agustín Clarke & Associates Consulting Group). No les puedo adjuntar fotos ni más documentos, porque el seminario se hace, con toda su intención, en un formato de pocos asistentes que facilita el debate y el intercambio de opiniones entre todos los asistentes. De hecho, seríamos unos 20-25 asistentes, en los momentos de máxima asistencia, sentados todos alrededor de una gran mesa de juntas en el CEU. Me ha sorprendido el formato, pero me ha agradado la oprtunidad de poder aprender y reflexionar junto a maestros de tamaña altura intelectual.
Al final de la sesión se ha suscitado un interesantísimo debate acerca del "Mundo Feliz" de Aldous Huxley. El resumen es el siguiente: ¿Qué problema tiene ir hacia un mundo en el que se eviten todas las situaciones incómodas y las dificultades, de forma que el hombre sea dueño de su futuro, sin someterse a nada (ni siquiera a la Naturaleza)? Se trataría de una sociedad supuestamente feliz, donde el hombre haría lo que quisiera, sin depender de los condicionamientos físicos o ambientales, porque podría modificarlos a su antojo. No estaría limitado por factores tales como la infertilidad, si quisiera tener hijos, ni por el embarazo, si no quisiera tenerlos. Sus malos recuerdos serían borrados y todas sus enfermedades curadas hasta el límite de la inmortalidad. ¿Qué habría de malo en ello? Sin recurrir a argumentos religiosos del tipo "que el hombre, al querer ocupar el lugar de Dios, sería profundamente desgraciado" podemos quedarnos con lo que la razón nos indica: Un mundo así no haría feliz al hombre, sencillamente porque no sería humano. A sugerencia de Javier Urcelay, este podría ser el tema del siguiente capítulo. Promete.
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