En estos tiempos de recortes de presupuestos (hay
que ahorrar…), es muy de agradecer que la iniciativa privada destine recursos
de forma altruista a la investigación. Así, la Fundación Ramón Areces, del
grupo El Corte Inglés, acaba de anunciar que destinará casi 4 millones y medio
de euros a financiar 48 proyectos pioneros de investigación. La mitad del dinerose destina al estudio de 22 enfermedades raras.
En concreto, se estudiarán enfermedades monogénicas, enfermedades del hierro,
distrofias de retina, lupus eritematoso, enfermedades metabólicas,
diferenciación neural, hipoacusias, ictiosis congénitas, lisinuria, síndrome de
Wilson, síndrome de Wiskott Aldrich, talengectasia, glucogenosis, síndrome de
Marfan, opsinas en la degeneración de la retina, síndrome de
Allan-Herdon-Dudley, epidermolisis bullosa distrófica, enfermedad de
Huntington, demencia lobar frontotemporal, mastocitosis sistémica y
enfermedades autoinmunes. También hay una partida importante destinada a la
investigación en terapia génica y medicina regenerativa.
Para
mi sorpresa, la Fundación ha incluido dentro de este capítulo un proyecto de la
doctora Federica Bertocchini, del Instituto de Biomedicina y Biotecnología deCantabria, que estudiará el uso terapéutico de células madre embrionarias. La
doctora Bertocchini, al parecer, ha conseguido convencer al tribunal de la
Fundación acerca de las grandes oportunidades que el uso terapéutico de las
células embrionarias presenta en el campo de la medicina regenerativa. Este
asunto es sorprendente, pues la comunidad científica está ya de vuelta del uso
de las células embrionarias en medicina regenerativa, no solo por razones
éticas (puesto que utilizar un embrión humano supone destruir un ser humano en
sus primeras etapas de desarrollo), sino también prácticas: Las células
embrionarias son incontrolables en su desarrollo, y terminan generando tumores,
en vez de curando enfermedades. Sin embargo, ella parece no haberse enterado y
quiere seguir investigando en una línea que los científicos han abandonado por
inútil.
La idea tuvo su interés hace unos años, y no estaba desencaminada
en su planteamiento: Si el cigoto es una célula con capacidad para desarrollar
todos los órganos y tejidos del ser humano, utilizar una de las células del estadio
inicial del embrión (cuando dichas células conservan aún gran parte de su
capacidad de diferenciación hacia diferentes linajes celulares) puede suponer
un gran avance para regenerar con ella órganos o tejidos dañados. Se trataría
de extraer una célula del embrión en sus fases tempranas y dirigirla luego,
mediante los estímulos adecuados, a producir las células que interesan para
regenerar con ellas otras enfermas. La selección genética de embriones
posibilitaría escoger previamente un embrión con características genéticas
compatibles con el individuo al que se quiere tratar. De este modo, las células
que se obtuvieran resultarían compatibles con él y se podría regenerar así un
órgano dañado. Incluso, dando un paso más (que hoy permite nuestra legislación),
sería posible fabricar un embrión clónico de la persona enferma para utilizar
sus células embrionarias, “fotocopiadas” de las del enfermo, para su
tratamiento. Como digo, olvidémonos por un instante del hecho de que en este
proceso se destruye un embrión, y por tanto, un ser humano. Embrión que habría
sido creado en un laboratorio, de forma artificial, junto con otros varios,
para cribarlos y seleccionar de entre ellos aquel que resultara compatible.
Suena un poco fuerte que la Ciencia seleccione individuos de la especie humana
para utilizarlos como “recambio” de otros individuos enfermos. Y que elimine a
los individuos sobrantes de este proceso, por superfluos. Para solventar este
dilema ético nuestra legislación recurre a la burda invención terminológica de
afirmar que antes de los 14 días de desarrollo un embrión no es todavía un
embrión, sino un “preembrión”. Y de esta manera, al ser despojado el individuo de
la categoría embrionaria, al serle adjudicado un supuesto estadio previo al
embrionario (inventado por los juristas), se resuelve de forma farisea el
inconveniente ético.
Si cerramos los ojos ante esta salvajada descubrimos otro
inconveniente: El científico. El uso de células madre embrionarias ha quedado superado
en el campo de la investigación. Solo siguen empeñados en reavivarlo aquellos
que dirigen sus intereses por criterios económicos (hay muchos interesados en
dar una salida rentable a los millones de embriones sobrantes de las técnicas
de reproducción humana artificial) o aquellos otros que se mueven por criterios
ideológicos. Ignoro en cuál de los dos grupos se encuentra la doctora Bertocchini.
La realidad científica es que hoy, frente a los 4.095 ensayos clínicos con
células madre que hay en todo el mundo, tan solo 21 lo son con células madre
embrionarias. Y ninguno de ellos estudia ninguna enfermedad en particular, sino
que la mayoría tratan de analizar tan solo la seguridad del uso de las células
embrionarias. Pues lo que es sabido es que no resulta posible frenar su
desarrollo fuera de su entorno natural (el embrión, implantado en el útero
materno) y se reproducen de manera incontrolada hasta provocar un teratoma.
Pero es que además una sentencia de octubre del 2011 del Tribunalde Justicia Europeo prohíbe patentar descubrimientos que utilicen como base
células madre embrionarias humanas. Esta sentencia, que deja en entredicho
muchos de los procedimientos que nuestra legislación permite, al impedir la
patentabilidad de las invenciones derivadas de células madre embrionarias, hace
de hecho inútil la investigación con ellas. Pues si algo no puede patentarse,
jamás podrá rentabilizarse el dinero invertido en su descubrimiento.
En tiempos de crisis económica como los actuales
parecería lógico dedicar los recursos disponibles a investigaciones que tuvieran visos de utilidad. La investigación con células embrionarias, además de un ataque a la línea de flotación de la dignidad humana, supone un despilfarro económico que no debería permitirse. Aunque sea con dinero privado de la Fundación Ramón Areces.
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