Eutanasia significa, etimológicamente "buena muerte". La base de su defensa radica en que el hombre es dueño absoluto de su propia vida. Ya que nadie nos pidió permiso para venir a este mundo, al menos debemos tener el derecho a decidir cuándo y cómo salir de él. Siempre, claro está, que no suponga un daño para los demás. Hoy les traigo un ejemplo de cómo nuestra sociedad, tan falsa, afirma este derecho, pero lo hace con la boca pequeña. Porque enfrentada con los hechos, actúa todavía movida por prejuicios religiosos que cercenan la libertad.
Estos son los hechos: La policía ha impedido que un hombre, en el libre ejercicio de su libertad, pudiera acabar con su vida. El hombre, despechado por su novia, decidió que sin ella la vida ya no merecía la pena vivirse. Y quiso ejercitar su derecho a morir. En su desesperación, tenía claro que un médico no iba a atender a su petición de suicidio. Pueden leer la noticia entera aquí. En nuestro país, todavía, la mayoría de médicos ponen por encima del derecho a la autonomía del paciente su interés corporativo y un mal entendido principio de beneficencia. Como el hombre no estaba impedido, decidió arrojarse al vacío. Pensó que el golpe contra el suelo sería, quizás, algo doloroso al principio. Pero si la altura era suficiente, el dolor duraría poco, porque la muerte sería casi instantánea. Y en cualquier caso, ese pequeño trance era preferible a la idea de tener que pasar toda su vida sin el amor de la mujer de sus sueños. Cualquiera que haya pasado por una situación parecida puede comprender lo inhumano de verse obligado a tener que vivir así.
Sin embargo, la policía del PP, instigada por los obispos, acudió al lugar para tratar de impedir que el hombre pusiera libremente fin a su vida. Es decir, le impidió su derecho, que nadie debería poder limitar, a hacer con su vida lo que a uno le de la gana. Un psicólogo, que había estudiado en un colegio de religiosos, se subió a la cornisa donde el hombre de forma pacífica quería ejercer su derecho sobre su propio cuerpo. No solo coartó de forma injusta su libertad, sino que puso en riesgo innecesariamente su propia vida. Además, se movilizaron recursos de todos los ciudadanos tratando de impedir la eutanasia, en un inútil despilfarro, sobre todo en estos tiempos de crisis económica. Mucho mejor hubiera sido que el dinero del tiempo de los bomberos, la auto-escala y la colchoneta hinchable se hubiera dedicado a facilitarle a este ciudadano su deseo soberano.
Al final, utilizando técnicas psicológicas similares a las que empleaban los frailes en las escuelas franquistas (con amenazas de ir al infierno incluidas), el psicólogo logró convencerle para que desistiera de su actitud y bajara de la cornisa sin arrojarse al vacío. Y ahora viene el problema. ¿Quién se va a responsabilizar de las secuelas que le queden a este hombre por no haber podido ejercitar libremente su voluntad? ¿Qué calidad de vida le espera, sabiendo que tendrá que vivir para siempre con el despecho de su amada, y la frustración por haberse dejado engañar y no haber podido ejercitar su derecho a morir? Mucho nos tememos que sufrirá muchas recaídas y secuelas psicológicas en lo que le quede de vida. Con lo cual, el verdadero problema no es solo que hemos cercenado su sacorsanta libertad, sino que al hacerlo hemos creado un problema aún mayor que aquel que pretendíamos resolver. Qué sociedad más hipócrita...
Mientras sigamos gobernados por políticos que nos quieran imponer su particular visión religiosa del mundo jamás podremos desprendernos de las rémoras que nos impiden avanzar hacia una modernidad en línea con los países democráticos de nuestro entorno.
P.D. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia
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