29 de junio de 2009

Bebés medicamento, sangre de cordón y selección genética

El viernes pasado se ha estrenado en Estados Unidos la película “My Sister’s Keeper”, donde la actriz Camerón Díaz interpreta a una madre que tiene que concebir genéticamente a una hija para que sea compatible con su hija mayor, enferma de leucemia, y poder así curarla con la sangre de su cordón umbilical.

El tema está muy de actualidad, pues con la aprobación en España de la ley 14/2006 de reproducción humana asistida, se ha autorizado el diagnóstico genético preimplantacional, y con él, la posibilidad de seleccionar entre varios embriones aquel que tiene determinadas características genéticas que le hacen útil para utilizar sus tejidos para salvar a un hermano. En este tema hay que dejar aparte las sensiblerías, y ceñirse a los aspectos científicos. El procedimiento consiste en una estimulación ovárica de la madre para poder fecundar varios óvulos y seleccionar entre ellos a los embriones compatibles. Una vez superado el control de calidad se implantan uno o dos en la madre y cuando ha nacido el niño, se recolecta la sangre de su cordón umbilical (SCU) para, después de procesarla, tratar con ella al hermano enfermo. El resto de embriones, a los que gráficamente se los denomina como “sobrantes”, son, por ello, desechados. Todos tenemos en mente el caso del niño Javier Mariscal Puerta, el primer bebé medicamento español creado in vitro, que fue concebido en el hospital sevillano Virgen del Rocío utilizando técnicas de FIV y DGP para ser 100% compatible con su hermano Andrés, de 7 años que sufría una beta Talasemia major. O el de Izel Cabrera González, concebida por la misma técnica en Bruselas, antes de la aprobación de la ley española, para salvar con la sangre de su cordón a su hermana Erine, enferma de leucemia.
Indudablemente, la creación de un hijo de forma artificial y su selección mediante técnicas de diagnóstico genético preimplantatorio (DGP) resulta la única alternativa para lograr tener un hijo con las características precisas para lograr con ello la curación de otro hijo enfermo. Pero el método genera no pocos interrogantes éticos que conviene considerar. Por una parte, el hijo seleccionado es un medio, no un fin en sí mismo. Aunque en todos los casos los padres afirman querer tener otro hijo, en realidad ese hijo no es deseado en sí mismo, sino en tanto en cuanto resulta útil para curar al hermano. Se trata de una sutil distinción, pero a mi juicio, vital desde el punto de vista del reconocimiento de la dignidad intrínseca del ser humano. Por otro lado, los efectos psicológicos que el descubrimiento de esto pueda provocar en la persona así seleccionada son aún desconocidos. El segundo gran debate ético es que para lograr ese embrión compatible es necesario crear muchos otros que, al no poseer las características precisas, son desechados o condenados a un futuro incierto, congelados en nitrógeno líquido. Llevados de su buena fe, los padres no ven que estén gestando muchos hijos que luego son desechados como “sobrantes” hasta conseguir el idóneo. Prefieren ver en ellos sólo un conjunto de células, eufemísticamente llamadas “preembriones”. Pero la Ciencia es tozuda: Desde el momento de la concepción hay una nueva vida humana. La fusión de los núcleos de las células germinales de los progenitores genera una nueva célula, el cigoto, que posee una carga genética completamente distinta a la de los padres. Ese mapa genético, único para cada persona, se repetirá exactamente en cada una de los billones de células del individuo a lo largo de toda su vida. Las posibilidades de combinación de los 23 pares de cromosomas que tenemos la especie humana son tan inmensas que resulta prácticamente imposible que a lo largo de toda la historia de la Humanidad dos personas hayan tenido un código genético idéntico (con la excepción, obviamente, de los gemelos monocigóticos). El cigoto contiene ya esa carga genética, juntamente como el “libro de instrucciones” que contiene las indicaciones para guiar su desarrollo a partir de ese momento sin solución de continuidad. Por eso la Genética, la Biología Celular y la Embriología son unánimes al afirmar que la vida humana tiene su comienzo en este punto.

El problema no es ético o moral: Es ontológico. Si nos quitamos los prejuicios y reconocemos que el embrión es un ser humano (¿qué otra cosa podría ser si no?), ya no cabe más discusión. No se le puede mutilar, utilizar o destruir, por muy buenos fines que se persigan.
¿La solución? Para evitar el recurso a la generación de embriones in vitro debe fomentarse la existencia de bancos de sangre de cordón umbilical (BSCU), tanto de ámbito público como privado. Sólo cuando dispongamos de suficientes muestras almacenadas en estos depósitos será posible en el futuro encontrar unidades compatibles sin necesidad de recurrir a la selección y descarte embrionarios.
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